Cuando el mundo conoció la verdad inmensa de Fidel

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Aún llevaba en la piel un poco del aroma salitroso de la costa después del difícil desembarco del Granma, en los oídos el tronar de los fusiles contra las tablas del cuartel de la Plata, y en el alma la sensación allí del primer triunfo junto a la necesidad de una lucha que, ese febrero de 1957, debía darse a conocer al pueblo, al mundo, para que no hubiesen dudas de que en la Sierra Maestra Fidel Castro y su guerrilla estaban vivos y peleando.
Él conocía la importancia y el peso de la opinión pública, la necesidad del respaldo de la gente para su causa. Desde sus años en la universidad, luego de que salió de la prisión de Isla de Pinos y hasta en el exilio, la prensa fue también su arma de combate, y ahora que no podía hacerlo él mismo, debía burlar la censura y lograr que otros escribieran su verdad. Por eso, a fines de diciembre de 1956 salió un combatiente hacia La Habana con el propósito de «informar de la permanencia de la fuerza expedicionaria y del propósito de continuar la lucha y desarrollarla (…), tratar de fortalecer el Movimiento (…), y de conseguir periodistas que fueran a la Sierra para reportar nuestra presencia», como contaba el propio Faustino Pérez, designado para tal misión, en una entrevista inédita que concedió al periodista Arnol Rodríguez en 1984.
Para cumplir su encomienda, Faustino, junto a René Rodríguez, enviado por Fidel a la capital para agilizar las diligencias, irían hasta la oficina de Felipe Pazos, en el imponente edificio Bacardí de La Habana Vieja, y allí se reunirían con la señora Ruby Hart Phillips, corresponsal en Cuba de The New York Times. Fruto de aquel encuentro, cinco días después arribó a Cuba Herbert Matthews, uno de los periodistas más prestigiosos de Estados Unidos. Guiado por la pericia del destacado combatiente clandestino y guerrillero Felipe Guerra Matos, Guerrita, luego de un difícil viaje por trillos recónditos, ascensos escabrosos, y hasta la dificultad de una caída entre las piedras resbalosas del arroyo Tío Lucas, el reportero llegaría hasta las entrañas de la Sierra para conversar con Fidel.
Con aroma de tabaco mientras ambos fumaban, la palabra audaz y segura del Comandante y las notas del entrevistador de abrigo y gorra negros en una libreta, transcurrieron casi tres horas de aquel 17 de febrero de 1957 en la casa del viejo Epifanio Díaz, en un sitio conocido como Los Chorros, al sur de Purial de Jibacoa, mientras los rebeldes iban constantemente de un lado a otro, una idea surgida del ingenio del Jefe para darle la impresión de un mayor número de soldados.
Cuenta el destacado periodista José Antonio Fulgueiras en el libro El Marabuzal, que aquel día Juan Almeida insinuaba la presencia de varios campamentos cercanos, Manuel Fajardo pasaba frente a Matthews sin darle la espalda, para que no le viera la camisa totalmente raída, y el entonces capitán Raúl Castro, con la llegada del combatiente Luis Crespo, informó: «Comandante, ha llegado el enlace de la Columna 2», y ante tal ocurrencia, Fidel respondió: «Dígale que espere a que yo termine con el periodista». Ardides todos para que el visitante se formulara la mejor opinión de la disciplina y fortaleza de la tropa guerrillera; aunque muchos años después, en sus conversaciones con Katiuska Blanco, el Comandante aseguró: «(…) En esos días no dependíamos de las apariencias, sino de nuestra fuerza real y ya entonces éramos gigantes en comparación con lo que poseíamos cuando éramos solo dos hombres armados y después siete, en el momento que tuve la convicción de que ganaríamos aquella guerra. No debíamos haber utilizado aquellos ardides para impresionar a Matthews. Después lo conocí bien y era un hombre honorable por el que siempre sentí respeto y aprecio. Todo siguió dependiendo de nuestro espíritu de lucha y, no poco, del azar».1
Según la prodigiosa memoria de Guerrita, al experimentado visitante «le impresionó la juventud de Fidel, pero en la medida que lo iba oyendo, sacó la sabia conclusión de que era un hombre invencible».2
Siete días después, el domingo 24 de febrero, The New York Times rodaba por las manos de los estadounidenses con su primera plana dedicada al Comandante y los guerrilleros que peleaban «con éxito en la intrincada Sierra Maestra». Por supuesto que no tardó en cruzar el mar y llegar a Cuba, y aunque pretendieron desmentirlo, a ese siguieron otros dos artículos de una evaluación general de la situación cubana el 25 y 27; y para no dejar ni un ápice de incertidumbre, el 28 se publicó la famosa foto de Matthews con Fidel. Ahora sí ya nadie podría negar a los rebeldes: «Ya llevamos setenta y nueve días de lucha y somos más fuertes que nunca. Los soldados están peleando mal. Su moral es más baja y la nuestra no puede estar más alta. Hemos matado muchos, pero cuando les hacemos prisioneros nunca los fusilamos. Los interrogamos, los tratamos bien, nos quedamos con sus armas y equipos y los dejamos en libertad.»
(…) El pueblo cubano escucha por la radio todo lo relacionado con Argelia, pero no oye ni lee una sola palabra acerca de nosotros, gracias a la censura. Usted será el primero en hablarle de nosotros. Tenemos seguidores en toda la isla. Los mejores elementos, especialmente los jóvenes, están con nosotros. El pueblo cubano es capaz de soportar cualquier cosa menos la opresión.
«(…) Batista tiene tres mil hombres sobre las armas contra nosotros. Yo no te diré cuántos somos, por razones obvias. El Ejército opera en columnas de 200 hombres. Nosotros en grupos de 10 a 40. Es una batalla contra el tiempo, y el tiempo está a nuestro favor».
Así se abrió paso la palabra de Fidel sobre las alturas imponentes de la serranía oriental, sobre los horizontes, y pudo Cuba y el mundo conocer sus razones, sus principios, el coraje inmenso de aquellos hombres que desafiaron las fuerzas de la naturaleza y las del ejército batistiano porque desde dentro los impulsaba la Patria misma, y estaban seguros de que, de esas montañas, solo bajarían con la victoria colgada junto al fusil sobre los hombros.