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Fidel y el infinito

Fecha: 

01/12/2006

Fuente: 

Cubadebate
Cada vez que cae por su propio peso una campaña contra Cuba, sale al mercado una nueva que los medios internacionales compran con alegre inconciencia. La más reciente presenta a la Isla de espaldas a la Internet global,  una suerte de Parque Jurásico flotante en el Caribe que se niega al desarrollo de lo sistemas digitales y a la comunicación con el mundo. El Presidente Fidel Castro, por supuesto, aparece como el gran censor.

Nadie -ni periodistas, ni politólogos, ni las “adorables doncellas pervertidas” de ciertos organismos internacionales- se toma el trabajo de verificar las afirmaciones, cuya fuente original se encuentra en reportes del Departamento de Estado y en sus extrañas formaciones interagencias, como ese Grupo de Tareas para la Libertad de la Internet Global, que desde el 14 de febrero de este año se dedica exclusivamente a monitorear las 24 horas del día a Cuba, China e Irán. Eso, sin contar, los reacomodos estratégicos del Pentágono, institución que anunció públicamente el pasado 3 de noviembre  –sin que el mundo democrático se horrorizara por ello- la creación del Comando Especial de la Fuerza Aérea para el Ciberespacio, tres años después de que Rumsfeld le declarara literalmente la guerra a los usuarios de Internet.

Son abrumadores los argumentos que prueban que esta nueva campaña contra Cuba está levantada sobre una enorme manipulación. Son aún mayores las evidencias públicas de que Estados Unidos quiere controlar con mano férrea esta vía de navegación y convertirla en un ámbito exclusivo para la vigilancia y el control ideológico y económico del mundo.

Pero no me voy a detener en los múltiples hechos que desmienten esa infamia que presenta a Cuba como enemiga de la Internet y de la computación, hechos que tienen muy concretas reivindicaciones en el mundo real. Quiero hablarles de algo que no se dice y de lo cual ni siquiera los cubanos tenemos plena conciencia. Cuba fue uno de los primeros países del mundo que logró una tecnología electrónica propia a inicios de los años 70 y Fidel, el precursor de este desarrollo y un alumno aplicadísimo que, cuando apareció la web y su entramado de relaciones sociales, se sentó en un aula como un escolar sencillo, tomó torpemente por primera vez el mouse  de su computadora y descubrió fascinado la navegación, envió mensajes por correo electrónico  y vigorizó su prédica sobre las enormes posibilidades de conocimiento que se abrían al ser humano con las llamadas tecnologías del acceso.  Cuando comenzó a estudiar en aquella escuelita improvisada en una oficina del Consejo de Estado, Fidel ya había cumplido los 74 años.

He conversado con algunos de sus profesores. Uno de ellos, que podría ser su hijo, me contaba que Fidel llegaba a tomar sus clases con una libretita azul y un lápiz, vestido de campaña y tenis, y con la inquietud intelectual de un niño.  Se interesaba por todo, desde el significado de la palabra “virtual” hasta el costo de un kilómetro de fibra óptica, y luego tomaba conceptos aparentemente inamovibles y los dotaba de unas dimensiones sociales, que hasta entonces nadie les había dado. “La Internet parece inventada para nosotros”, repetía un Fidel consciente de que la tecnología no es ni buena ni mala, sino poder en las manos de quienes la tienen, un  poder que nunca es neutral.

Quienes se asoman al pensamiento de Fidel distinguen, por encima de otras muchas cualidades, su obsesión por la igualdad. Con la Internet vio una posibilidad extraordinaria de poner a todos los seres humanos en una ribera común para el conocimiento. Él asumió el estudio de la Red desde una perspectiva de inclusión, de generalización del uso de esa tecnología y de extensión de la obra cultural cubana. Basta revisar sus discursos de los últimos diez años para confirmar cuán tempranamente Fidel entendió que un mundo estructurado en torno a las relaciones de acceso produciría un tipo muy diferente de ser humano, y que sus valores dependerían de la diversidad de recursos y experiencias culturales que este pudiera adquirir.  “Estados Unidos tiene más de 68 millones de kilómetros de fibra óptica, y nosotros con mucho menos, vamos a hacer diez mil veces más, porque lo que tienen lo subutilizan. Nosotros podemos darle un uso más inteligente y colectivo”, escribía en un correo electrónico a uno de sus jóvenes profesores.

Esta visión es coherente con el hecho de que el Jefe de la Revolución ha sido un precursor de la computación en Cuba y, probablemente, el primer mandatario en el mundo que alertó en la década del 60 los planes que dieron origen a la Internet. Buscando aquí y allá, descubrí que en 1965, unos meses después de la fecha en que se interconectaron varias computadoras en los laboratorios del Pentágono y nacía ARPANET, Fidel advertía la posibilidad de que nuevas herramientas electrónicas se estaban disponiendo para el mal y probablemente ya se usaban contra Cuba: “pero hay algo que los cerebros electrónicos del Pentágono no pueden medir, hay algo que sus computadoras no pueden calcular, y eso es: la dignidad, la moral, y el espíritu revolucionario de nuestro pueblo”, dijo.

En 1968 vino a Cuba el doctor Erwin Roy John, director del Laboratorio de Investigaciones del Cerebro de la Universidad de Nueva York, que colaboraba con la Universidad de la Habana y el Centro Nacional de Investigaciones Científicas. En una reseña publicada en Science*, la más prestigiosa revista de ciencias del mundo, el doctor Roy John contó  que su Centro había donado una minicomputadora a Cuba –la primera de su tipo que se producía en el mundo-. El científico también dijo que él había sostenido una larga conversación con el Comandante en Jefe sobre las últimas novedades técnicas, y el Presidente cubano había mostrado una para él inconcebible capacidad de información y un conocimiento puntilloso de esta tecnología. Pero lo más sorprendente estaba por llegar: dieciocho meses después, el científico regresó a la Isla. Cuba había creado su primera computadora -la CID-201- y había constituido el Instituto Central de Investigaciones Digitales (ICID), la institución que logró producir aquella máquina análoga a la más avanzada de su tipo en esa época, la minicomputadora norteamericana PDP-8L/I, modelo que Roy John le había regalado a la Isla.

Tomás López Jiménez, profesor de la Universidad de Ciencias Informáticas y uno de los investigadores que trabajó en aquel prototipo, recordó recientemente en un diario cubano las palabras del Comandante en una de las visitas al ICID: “Compañeros –dijo-, he venido aquí después de ver aquella computadora trabajando, en un lugar adonde casi no se puede entrar (la Junta Central de Planificación), donde el pueblo no tiene acceso, para solicitarles que hagan muchas computadoras para que el pueblo, los estudiantes puedan tener acceso a ellas, estudiarlas, aprender la computación. Somos un país sin recursos naturales, pero tenemos un recurso muy importante, la inteligencia del cubano, que tenemos que desarrollar. La computación logra eso y estoy convencido de que cada cubano podrá contar en el futuro con máquinas como estas”.  No es casual que Fidel haya sido el estratega y el más entusiasta impulsor de la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), que es toda una revolución en las concepciones de la enseñanza, el empleo y la producción de estas tecnologías.

Si se tiene la paciencia de efectuar una suerte de lectura colacionada de todos sus discursos y entrevistas, se verá que nadie ha sido más empecinado que Fidel en el uso masivo de la computación y de la red.  Cito apenas tres frases muy breves, que ofrecen otras claves de su avanzado y nada restrictivo pensamiento en torno a la herramienta más espectacular de esta época:

“El socialismo va a ser muy difícil de construir plenamente sin la computación” (5 de abril de 1987.Clausura del V Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas)

Ahora existe Internet…Nada debe bloquear la obtención de conocimientos. (10 de octubre de 1997. Clausura del V Congreso del Partido Comunista de Cuba)

Si las computadoras y máquinas automáticas pueden obrar milagros en la creación de bienes materiales y servicios, ¿por qué no podríamos servirnos todos de la ciencia que ha creado el hombre con su inteligencia para el bienestar humano? (3 de febrero de 1999. Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela)

Para finalizar quiero compartir una anécdota que nos recordaba el Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba, Tubal Páez. En una de las sesiones del VII Congreso de los periodistas cubanos, en 1999, se debatió la globalización. Fidel todavía no estaba recibiendo sus clases de Internet, pero no perdía oportunidad para preguntar y preguntar sobre lo que él llamaba “el espíritu santo”, esa maravilla tecnológica que le regalaba al ser humano el don de la ubicuidad.

Alguien mencionó el hipertexto, y Fidel quiso saber inmediatamente qué cosa era.  El disertante y otros trataron de explicarle a tropezones, pero el Comandante, obstinado, poniéndose en la posición del que no sabe nada para lograr una definición clara del término, no quedaba satisfecho y seguía aguijoneando a los periodistas.

Finalmente, alguien se impuso.  “Mire, Comandante: supongamos que usted está leyendo en la pantalla algo sobre Cuba, y en el texto le aparece subrayada o en otro color la palabra “cultura”; si hace clic en ella puede aparecer otro texto con la palabra “africana” y si hace clic en esta encontrará “poesía antillana” y de seguro pasará lo mismo con el nombre de “Guillén”, y si hace clic ahí resaltará la “Elegía a Jesús Menéndez” y si hace clic en “movimiento obrero cubano” lo remitirá a…”

“No sigas -lo detuvo Fidel-, ya sé por qué es difícil entenderlo. Porque es el infinito”.

No me atrevería a decir que la sensibilidad y la cultura de Fidel, su capacidad para comprender tan complejos cambios y hasta para crear doctrina en el tema con la brújula siempre orientada al ser humano, podría explicarse gráficamente a través del hipertexto.  Pero con la palabra “infinito” sí se puede vestir su pensamiento. Es una palabra casi tan perfecta y definitiva como el verdeolivo de su traje de campaña.