Un hombre que tuvo tres nombres
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Esta historia cumple hoy 55 años. Comenzó la tarde del 4 de marzo de 1960, cuando un avión, procedente de Curazao, toca tierra cubana. En el aeropuerto de Rancho Boyeros reina la confusión. Una y otra vez el personal de aduana revisa pasaportes y requisa bolsos y maletas.
—¿Qué sucede?, pregunta el recién llegado, un cincuentón de complexión fuerte, bajo de estatura, cabello escaso y algo canoso. Llaman la atención sus ojos profundamente azules y expresivos.
—Una explosión en el puerto de La Habana, responde alguien sin más explicación.
Se trata del vapor francés La Coubre. Traía armas a la Revolución. Un sabotaje, una nueva provocación yanqui. El hombre no tardará en conocer detalles.
Viene desde la Unión Soviética, y pasó por Checoslovaquia y Bélgica. Por motivos que muy pocos conocen encubre su verdadero nombre bajo la personalidad de un pequeño comerciante de tabaco, de ahí las necesarias escalas que lo han ido acercando con seguridad a Cuba.
Calmado, decide abandonar cuanto antes la terminal aérea. ¿A dónde dirigirse? Lo mejor será alquilar un taxi hasta la ciudad. Camina rápido, con agilidad maratónica. En la valija: escasas prendas, un estuche con puros y 50 dólares. Sin percatarse, alguien le sigue...
—¡Oiga, oiga, deténgase por favor!
El recién llegado para en seco. Presiente que es a él, y se voltea con igual brusquedad.
—No mire para atrás y vaya hasta la máquina aquella, el chofer sabe a dónde llevarlo.
¿De quién se trata en realidad? ¿Qué lo trae al convulso escenario de Cuba en plena efervescencia revolucionaria? ¿Quiénes y a dónde le llevan?
Te llamarás Ángel Martínez Riosola
Francisco Ciutat de Miguel es su nombre de pila, pero amigos y familiares le llaman Paco. Hasta que el 28 del propio mes, durante un recorrido por la Laguna del Tesoro, en la Ciénaga de Zapata, el Comandante en Jefe Fidel Castro le propone:
—Hay que cambiarle el nombre, camarada. ¿Cuál le pondremos? Bien, lo he pensado, le pondremos Ángel. Usted es el más viejo de todos y muy parecido a mi papá, que también era español. Se llamará Ángel, Ángel Martínez Riosola. Luego veremos lo de los grados.
Así me lo contó Paco, pasados unos cuantos años del encuentro. Estuvieron varios días por la Ciénaga, recorrieron la zona, estudiaron la geografía de la región y conversaron ampliamente sobre la situación cubana y una posible y cercana agresión», refiere Sofía Kokuina, la esposa rusa con quien se uniera años más tarde de su arribo a la Isla de la Libertad.
A Sofía, veterana de la Gran Guerra Patria, participante en la defensa de Moscú, fallecida el pasado 11 de agosto, la entrevisté en diciembre de 1988, en su casa del reparto Kolly, La Habana. Su historia es tan interesante y heroica como la de su compañero:
«Nos conocimos el 21 de marzo de 1964, de casualidad, en un cumpleaños al que me había invitado un aviador coterráneo y amigo de Paco. Nos enamoramos a primera vista, enseguida arreglé los papeles y nos casamos».
—¿Quién fue el hombre que lo llamó al salir del aeropuerto?
—Flavio Bravo, comunista de fila que lo condujo a casa del también militante, Secundino Guerra. El 6 o el 7 le presentaron al Che, y unos días después, como el 10 o el 11, a Raúl, de quien llegó a convertirse en asesor, pues desde los 16 años ya Paco estudiaba en colegios militares. Cuando se produce el alzamiento dirigido por el fatídico general Francisco Franco contra la República, ostentaba el grado de teniente coronel del Ejército Popular Español.
«A pesar de su formación guerrera, lo caracterizaba la dulzura, hablaba muy bajito, siempre muy cariñoso; jamás gritaba, ni al dar una orden a sus subordinados. De no ser por el uniforme, nadie pensaría que se trataba de un curtido estratega de dos grandes contiendas bélicas, porque Paco también combatió en la URSS, durante la Gran Guerra Patria».
—Sofía, ¿compartieron ustedes familiarmente con Fidel?
—Relativamente, porque trabajábamos intensamente, a veces hasta 15 horas diarias. Algunos domingos, de pesquería, en la playa de Santa María, con la familia, como si fuera un bañista más. Recuerdo que Paco hacía unas tortillas españolas, a la catalana, con papas y aceite, que Fidel estimaba deliciosas, únicas. Todo muy sencillo, comíamos debajo de los pinos, a veces el propio alimento del mar, recién capturado durante una pesquería previa.
«Fidel es un magnífico anfitrión, incansable narrador de anécdotas, junto a él no existe espacio para el aburrimiento. Posee una energía extraordinaria, creo que de él emana cierto fluido vigorizante. Hay que verlo reír a carcajadas, a veces hasta de sus propias maldades. Durante aquellas excursiones lo disfrutábamos mucho, igual que a Raúl. Con Guevara nos relacionábamos de igual modo, pero el Che era más parco y sobrio».
—¿Cree de verdad que Paco se parecía al padre de Fidel?
—Yo pienso que esa fue una galantería de su parte, para distinguirlo entre unos diez españoles que integraban este grupo de militares de academia llegado a Cuba como asesores. Lo cierto: Paco y Fidel establecieron muy buenos lazos, tal vez por esa forma de tratar con la gente que tenía mi marido que, aunque nada bien parecido, poseía unos ojos azules magnéticos, preciosos, incapaces de reflejar ira, odio u otro sentimiento parecido.
«Tampoco a él le escaseaban los cuentos, hablaba sin parar. Además, compartían el gusto por el ejercicio físico. A pesar de su complexión, Paco se mostraba muy liviano. Esa prontitud fue la que le permitió abordar, en solo segundos, el último barco que, perdida la República española, se separaba rápidamente del muelle, proa a Inglaterra, atestado de emigrados, niños, jóvenes, viejos, hombres, mujeres, soldados, milicianos».
—¿Volvió Paco a España?
—Después que murió Franco y legalizaron el Partido Comunista Español, en 1977, hasta el 8 de abril de 1985, cuando enfermó. La Orden Playa Girón se la dieron en el hospital. Hasta el Centro de Investigaciones Médico-Quirúrgicas (CIMEQ) fueron Fidel y Raúl. Quería morir en Cuba y aquí murió, el 30 de noviembre de 1986. Está enterrado en el panteón de las FAR.
Llevó a las FAR la organización y la estrategia militar modernas
En su despacho de la Oficina de Historia del II Frente Oriental Frank País, en el reparto Kolly, en Ciudad Habana, nos recibe el comandante Belarmino Castilla Mas —fallecido recientemente— para hablarnos del Comandante Angelito, con quien estrecha relaciones en el Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
«Yo lo veo como ese hombre excepcional que llevó a las FAR la organización y la estrategia militar modernas. Él tuvo la virtud de enseñarnos el camino, los primeros pasos en aquella gran tarea, en aquella importante empresa que fue la creación y organización de las fuerzas armadas de nuevo tipo.
«Angelito fue uno de los que más se destacó, por su experiencia, por su brillantez, por sus conocimientos, por su lealtad permanente a la causa revolucionaria, por la identificación tan estrecha lograda entre nuestros principales jefes, incluidos los compañeros Fidel y Raúl. Y a todo ello contribuyó grandemente su calidad como ser humano, su gran cultura general y militar, y su ferviente amor a las causas de la clase obrera y, específicamente, a la de nuestra Revolución cubana».
—¿Por qué piensa que los soviéticos lo escogieron cuando Cuba les pidió asesoramiento militar?
—Porque reunía todas las condiciones, incluso, hablaba la misma lengua materna.
—¿La misión en concreto?
—Ya tenían lugar las primeras medidas que apuntaban el carácter socialista del proceso revolucionario, y el enemigo imperialista amenazaba con una invasión. Nuestro ejército, nacido con el desembarco del «Granma» y forjado en la lucha guerrillera, carecía de conocimientos militares profesionales. En concreto: requeríamos asesoramiento para formar grandes unidades regulares y sus estados mayores, ejército, divisiones, defensa antiaérea, marina de guerra, centros de dirección, capacitación del personal capaz de asimilar la nueva técnica combativa. Y fueron estos compañeros, veteranos, los primeros que nos ayudaron.
—¿Y en la Lucha Contra Bandidos (LCB)?
—Junto con el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, Angelito funda el Ejército Central. Aquí su labor no se limitó solo a la instrucción y asesoramiento. En el Escambray trazó y tomó parte en varias acciones, hasta que cae herido en combate. La bala se le incrustó en un pie, cojeó durante bastante tiempo.
—También cumplió misiones en el exterior...
—Cumplió varias misiones, entre ellas en Argelia, cuando el referendo con Marruecos, y en Vietnam. El estilo de la guerra en este último país nos resultaba vital, un objetivo estratégico, una escuela que hoy podemos resumir en el concepto de Guerra de todo el Pueblo.
—¿Verdad que Fidel lo estimaba con preferencia?
—Tal vez. Fidel siempre ha estudiado profundamente las grandes campañas y contiendas bélicas en el curso de la humanidad, siente admiración por los hombres que se revelan como grandes estrategas...
—Y Angelito lo era, ¿cierto?
—Ante todo, fue un maestro que no se limitó a la teoría, que supo compartir sacrificios y riesgos, consecuente con el internacionalismo proletario, gente sencilla, modesta, de sentimientos fraternales, de elevado prestigio. Un hombre que no vaciló en ningún momento para trasladarse nuevamente a su patria a continuar luchando por su pueblo desde las filas del Partido Comunista Español, a cuyo Comité Central pertenecía. Solamente una cruel enfermedad, cuando ya físicamente le era imposible continuar, y la persistencia del propio Comandante en Jefe, pudieron hacerlo regresar a Cuba.
—¿Con cuál de los nombres se le recuerda más?
—No importan los nombres. Un hombre puede llamarse de cualquier manera, en este caso Francisco Ciutat de Miguel, el verdadero; Pavel Pablovich Stepanov, su patronímico ruso, o Ángel Martínez Riosola. Al Comandante Angelito, se le recordará siempre por su obra, por su amistad y lealtad al Comandante en Jefe y a las Fuerzas Armadas Revolucionarias.