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Un revolucionario de talla mundial

idel Castro y Hugo Chávez durante la transmisión 231 del popular programa Aló Presidente. 22 DE AGOSTO DEL 2005. Foto: Juvenal Balán
idel Castro y Hugo Chávez durante la transmisión 231 del popular programa Aló Presidente. 22 DE AGOSTO DEL 2005. Foto: Juvenal Balán

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12/08/2016

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Periódico Granma

Se puede saber tanto de un hombre por sus detractores como por sus admiradores. “Fidel Cas­tro era tal vez el líder revolucionario en el poder más genuino de aquellos momentos”, escribió Henry Kissinger en el último volumen de sus memorias.
 
El exsecretario de Estado y asesor de varios ocupantes del Despacho Oval se refería a 1975 y al asombro estadounidense ante la participación de Cuba en la lucha por la independencia de Angola. En la dinámica de la Guerra Fría, los soviéticos no querían involucrarse directamente y Washington apoyaba sin tapujos al régimen racista de Pretoria.
 
Fidel demostraba una vez más que la Revolución que había triunfado en 1959 se movía por los principios y no era satélite de nadie. El heroísmo de los cubanos que pelearon en África y el liderazgo de Fidel ayudaron a cambiar la historia de ese continente y, como aseguró el propio Nelson Mandela, a ponerle fin al apartheid.
 
Era la primera vez que un país pequeño del hemisferio occidental enviaba fuerzas militares fuera del continente y, para asombro de muchos, conseguía un éxito aplastante. Era un recordatorio de que incluso un pequeño país, cuando lo mueven ideales de justicia, puede enfrentarse a los poderes mundiales. Era revolucionario.
 
Ya antes había hecho lo que muchos consideran imposible, una revo­lu­ción socialista a solo 90 millas de los Estados Unidos. Una afrenta que Washing­ton no ha dejado de castigar durante más de medio siglo con diversos métodos.
 
Cuando aún se peleaba en la Sierra Maestra contra la tiranía de Batista, el genio del líder revolucionario preveía que la verdadera lucha sería contra el imperialismo. Pero ese enfrentamiento, que ha mar­­cado la impronta de su figura a nivel mundial, no es un conflicto vano con­tra un país o contra un gobierno. Es la lucha contra una lógica universal:
 
“Parece que hay dos tipos de leyes, uno para Estados Unidos y otro para los demás países. Tal vez sea idealista de mi parte, pero nunca he aceptado las prerrogativas universales de EE.UU.”, le dijo Fidel a los emisarios de Carter en 1978 cuando estos llegaron a La Habana a exigir condiciones para una mejoría de las relaciones.
 
Una voz que no está junto a la de los poderosos sino con “los pobres de la tierra”, no podía hacer otra cosa que extenderse como pólvora por los llanos, las selvas y las montañas de este continente.
 
La Revolución Cubana y el pensamiento de Fidel han sido una inspiración para todos aquellos que buscan un mundo distinto, que supere las contradicciones que el poder se empeña en mostrar como inevitables.
 
La llama que se prendió en 1959 alcanzó aún más fuerza después de la caída del campo socialista, cuando parecía que habían caído todas las banderas. La defensa del socialismo co­mo una salida para los problemas de la humanidad, incluso en las condiciones más difíciles para un país, ubican a Fidel en una corta lista de revolucionarios que han sabido interpretar “el sentido del momento histórico”.
 
Y esa convicción nunca estuvo atada a dogmatismos. Como mismo las armas y recursos cubanos estuvieron junto a las guerrillas que se enfrentaban a las dictaduras de nuestro continente, Fidel —el luchador de la Sierra— su­­po reconocer a tiempo cuando pasó el momento de la lucha armada y empezó el de las transformaciones po­líticas.
 
Ha tenido el privilegio de ver pasar distintas generaciones de revolucionarios latinoamericanos y estos la suerte de contar con él: de Salvador Allende a Hugo Chávez, pasando por incontables y valiosos líderes de la región.
 
“Fidel es para mí un pa­­dre, un compañero, un maes­tro de estrategia perfecta”, dijo Chávez en una entrevista con nuestro dia­rio en el año 2005. El primer encuentro entre los dos líderes se dio en 1994, al pie de la escalerilla del avión donde Fidel esperaba en La Habana al recién liberado teniente coronel.
 
El triunfo de Chávez en las elecciones de 1999 fue el comienzo de un cambio de época para América Latina y el Caribe que, co­mo han reconocido sus pro­pios protagonistas, des­de Evo Morales a Rafael Correa, hubiese sido im­posible sin el ejemplo y el liderazgo de Fidel.
 
Aunque en estos momentos una contraofensiva de la derecha busca deshacer los avances de la última década, hay pruebas concretas de los esfuerzos de integración postergados por más de 200 años como la Comunidad de Es­­­tados Latinoamericanos y Caribeños.
 
Mucho antes, en una reunión del Foro de Sao Paulo en La Habana en 1993, el líder cubano le había dicho a las fuerzas de izquierda: “¿Qué me­nos podemos hacer no­sotros y qué menos puede hacer la izquierda de América Latina que crear una conciencia en favor de la unidad? Eso debiera estar inscrito en las banderas de la izquierda. Con socialismo y sin socialismo”.
 
Junto a su incansable la­bor revolucionaria, el pen­­samiento humanista de Fidel ha alertado sobre los grandes problemas de la humanidad, desde el cambio climático a la po­sibilidad de la destrucción global por el uso de las armas nucleares.
 
Nadie podría pasar por la historia del siglo XX y lo que va del siglo XXI, sin estudiar la obra y el ideario de este cubano que inscribió a un pequeño país del Caribe en las páginas de la “verdadera historia universal”, la que cuentan los pueblos.