Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la XIII Conferencia de Jefes de Estado o Gobierno del Movimiento de Países No Alineados, Kuala Lumpur, Malasia, 25 de febrero de 2003
Fecha:
Excelentísimo y apreciado amigo, Mahathir bin Mohamad, Primer Ministro de Malasia;
Estimados Jefes y demás miembros de las delegaciones;
Distinguidos invitados:
Vivimos tiempos difíciles. En meses recientes hemos escuchado más de una vez palabras y conceptos escalofriantes. En discurso pronunciado ante los cadetes de West Point el primero de junio del 2002, el presidente de Estados Unidos declaró: "Nuestra seguridad requerirá que transformemos a la fuerza militar que ustedes dirigirán en una fuerza militar que debe estar lista para atacar inmediatamente en cualquier oscuro rincón del mundo."
Ese mismo día proclamó la doctrina de la guerra preventiva y sorpresiva, algo que jamás hizo nadie en la historia política del mundo. Meses después, al referirse a la innecesaria y casi segura acción militar contra Iraq, afirmó: "...si nos obligan a la guerra, vamos a luchar con el pleno poderío de nuestras fuerzas armadas."
Quien esto declaraba no era el gobierno de un pequeño y débil Estado; era el jefe de la potencia militar más rica y poderosa que jamás existió, poseedora de miles de armas nucleares suficientes para liquidar varias veces la población mundial, y de otros temibles sistemas militares convencionales o de destrucción masiva.
Eso somos: "Oscuros rincones del planeta." Así ven algunos a los países del Tercer Mundo. Nunca nadie nos definió mejor, ni lo hizo con más desprecio.
Las antiguas colonias de potencias que se repartieron y saquearon el mundo durante siglos, hoy constituimos el conjunto de países subdesarrollados. Para ninguno existe independencia plena, trato justo e igualitario, ni seguridad nacional alguna; ninguno es miembro permanente del Consejo de Seguridad, ninguno tiene derecho a veto, ni decide algo en los organismos financieros internacionales; ni retiene sus mejores talentos, ni puede protegerse de la fuga de sus capitales, de la destrucción de la naturaleza y el medio ambiente, ocasionada por el consumismo despilfarrador, egoísta e insaciable de los países de economía desarrollada.
Después de la última matanza mundial en la década del 40, se nos prometió un mundo de paz, reducir la distancia entre ricos y pobres y que los más desarrollados ayudarían a los menos desarrollados. Todo resultó una enorme falsedad. Nos impusieron un orden mundial que no se puede sostener ni se puede soportar. El mundo es conducido hacia un callejón sin salida. En sólo 150 años se habrán agotado el gas y el petróleo que el planeta tardó 300 millones de años en acumular.
La humanidad en sólo 100 años creció de aproximadamente 1.500 millones a más de 6.000 millones de habitantes. Tendrá que depender por entero de fuentes de energía que aún están por investigar y desarrollar. La pobreza crece; viejas y nuevas enfermedades amenazan con aniquilar naciones enteras; la tierra se erosiona y pierde fertilidad; el clima cambia, el aire, el agua potable y los mares están cada vez más contaminados.
Se le arrebata autoridad, se obstruye y destruye la Organización de Naciones Unidas; se disminuye la ayuda al desarrollo; se exige al Tercer Mundo el pago de una deuda de 2,5 millones de millones de dólares que es absolutamente impagable en las condiciones actuales; se gastan en cambio un millón de millones de dólares anualmente en armas cada vez más sofisticadas y letales. ¿Por qué y para qué?
Una cifra similar se emplea en publicidad comercial, sembrando ansias consumistas, imposibles de satisfacer, en miles de millones de personas. ¿Por qué y para qué?
Nuestra especie por primera vez corre real peligro de extinguirse por las locuras de los propios seres humanos, víctimas de semejante "civilización". Nadie, sin embargo, luchará por nosotros, que constituimos la inmensa mayoría. Sólo nosotros mismos, con el apoyo de millones de trabajadores manuales e intelectuales de los propios países desarrollados que ven caer también sobre sus pueblos la catástrofe, sembrando ideas, creando conciencia, movilizando a la opinión pública del mundo y del propio pueblo norteamericano, podremos ser capaces de salvarla.
Nadie necesita que alguien se lo diga. Ustedes lo saben de sobra. ¡Nuestro más sagrado deber es luchar y lucharemos!
Muchas gracias (Aplausos prolongados).