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El «verdadero» Fidel Castro (según Leicester Coltman)

Дата: 

2005

Источник: 

Revista Temas

A primera vista The Real Fidel Castro, de Leycester Coltman, recuerda The Closestof Enemies, de Wayne Smith.1 Ambos autores estuvieron en Cuba como diplomáticos, son observadores inteligentes y escriben bien.
 
Aquí terminan las similitudes. Smith escribió sobre un período que conoce de primera mano. No así Coltman. Su libro tiene un solo capítulo sobre sus años como embajador británico en Cuba (1991-1994). Es un capítulo muy bueno, lleno de interesantes observaciones, pero los diecinueve restantes se refieren a años y a temas que el autor no conoce bien. La mitad del libro habla de Fidel Castro antes de que llegara al poder; la otra mitad, de los años de su gobierno hasta fines del siglo xx.
 
El británico escribe con gran confianza, compartiendo a menudo con el lector los pensamientos más íntimos de Fidel Castro. A veces, el lector tiene la impresión de que ni un solo secreto pudo resistir la mirada penetrante de Coltman. La modestia no es, obviamente, una de sus cualidades.

El prefacio dice que la muerte prematura de Coltman —poco después de haber entregado la copia final del manuscrito a la editorial— impidió añadir «todas las anotaciones». Pero eso se queda muy corto: el libro no tiene ni una sola anotación. Muy pocas veces se identifican las fuentes. La mayoría queda la duda de si se trata de oro o paja.
 
Se hace difícil confiar en la palabra de Coltman: a menudo lo que afirma es claramente falso. Utilicemos como ejemplo su relato sobre el envío de la columna cubana lidereada por el Che Guevara al Congo Kinshasa. El autor escribe que el Che «voló a Brazzaville con un grupo de voluntarios cubanos de élite» y de ahí «se dedicó a la tarea de organizar una guerrilla marxista en el Congo Kinshasa» (p. 213), una mezcla de hechos ciertos y de ficción. Ciertamente, el Che fue al Congo Kinshasa al frente de una columna cubana; pero es falso que organizara una guerrilla «marxista»; también que la columna entró por Brazzaville, porque entró por Tanzania. Pueden parecer nimiedades, pero los guerrilleros que el Che estaba ayudando operaban cerca de la frontera con Tanzania. Para llegar allí desde Brazzaville, los cubanos hubieran tenido que cruzar todo el país, en territorio controlado por el gobierno. ¿No sabía Coltman dónde estaban los guerrilleros? Sería menos irritante si no escribiera con tanta seguridad y si no se hubieran publicado bastantes relatos de la misión del Che en el Congo Kinshasa antes de que Coliman entregara su manuscrito.

Esto ilustra el problema con The Real Fidel Castro. Coliman era, sin dudas, un hombre muy perceptivo que hizo valiosas observaciones sobre Cuba en los pocos años que estuvo allá, pero poseía también un ego demasiado grande: ello le hizo hablar con igual seguridad de cosas que conocía y de las que desconocía. Por eso, la falta de anotaciones es una catástrofe.

Coliman escribe, por ejemplo, que en una visita a Moscú (sin mencionar el año, como acostumbra) Fidel Castro «hasta le sugirió a sus anfitriones que él podría hacer una autocrítica pública de los múltiples comentarios antisoviéticos que había hecho desde la Crisis de Octubre. Los rusos le aconsejaron que no lo hiciera. Ellos habían hecho un gran esfuerzo para fortalecer la imagen y el prestigio de Fidel Castro, y no le veían ningún provecho a que él reconociera sus errores, ni siquiera el de haber criticado a la Unión Soviética» (p. 218).

Ese sería un gran hallazgo. Pero, ¿cuál es la fuente de Coliman? ¿Leyó algún documento secreto cubano sobre el viaje de Fidel? ¿O el mismo Fidel compartió ese secreto con él? (En la sobrecubierta se nos informa que Coltman tenía una relación muy cercana con él.) ¿O su fuente es la misma que le dijo que el Che había entrado al Congo Kinshasa desde Brazzaville?

Las virtudes y las debilidades de este libro se evidencian en su discusión sobre la relación entre Fidel Castro y Jimmy Cárter, que mezcla comentarios perceptivos e información útil con análisis defectuosos y errores de hecho. El autor escribe que Fidel Castro
había desafiado exitosamente y se había sobrepuesto a la hostilidad y la amenazas de cinco presidentes norteamericanos sucesivos, desde Eisenhower hasta Ford [...] Pero Cárter le creó un problema diferente y en muchos sentidos más difícil. Siguió presionando a Cuba sobre los derechos humanos, pero lo hizo de una manera más respetuosa que las administraciones anteriores [...] De hecho, Cárter fue el primer presidente de los Estados Unidos que logró, por lo menos, ejercer alguna influencia sobre Castro (p. 247).

Es cierto, Fidel Castro respondió de manera favorable a las primeras medidas de Cárter. Pero Coltman exagera mucho la importancia de los derechos humanos en la relación entre ambos y soslaya el verdadero obstáculo: la administración Cárter estaba obsesionada con la presencia militar cubana en Africa, especialmente en Angola.

«África es verdaderamente central en nuestras preocupaciones», le dijo a Fidel Castro un enviado de Cárter en diciembre de 1978. «Al revisar las transcripciones de nuestras conversaciones [la noche anterior, con el vicepresidente cubano Carlos Rafael Rodríguez], veo que hemos pasado 70% de nuestro tiempo hablando de África». Cárter insistía en que Cuba retirara sus tropas de Angola y empleaba el bloqueo como garrote. «Nosotros consideramos profundamente inmoral usar el bloqueo como medio para presionar a Cuba». Fidel le respondió:

No se equivoquen —no nos pueden presionar, sobornar o comprar [...] Posiblemente, por ser los Estados Unidos una superpotencia, creen que pueden hacer lo que quieren y lo que les conviene. Parecen decir que hay dos leyes, dos reglas del juego y dos tipos de lógica: una para los Estados Unidos y otra para los demás países. Puede ser que sea idealista de mi parte, pero yo nunca he aceptado las prerrogativas universales de los Estados Unidos. Nunca he aceptado y nunca aceptaré la existencia de una ley diferente y de reglas diferentes. [...] Yo espero que la historia dará testimonio de la vergüenza de los Estados Unidos que durante veinte años no ha permitido la venta de medicinas que necesitamos para salvar vidas [...] La historia dará testimonio de vuestra vergüenza.2

¿Por qué insistió Fidel Castro en mantener sus tropas en Angola? La respuesta a esta pregunta nos lleva a una de los oros del libro de Coltman, quien no pierde el tiempo con el disparate de que Cuba actuó —en Angola o en otro lugar— como un títere soviético. Al contrario, explica, la llave de la política exterior de Fidel Castro se encuentra en su sentido de misión: él creía que «tenía la misión de transformar a su país y al mundo» (p. 219). En esto Coltman se encuentra en buena compañía. Su conclusión coincide con la de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, que veían al líder cubano no como un títere soviético, sino como uno «enfrascado en una gran cruzada».3 Además, coincide con la conclusión de Kissinger. Cuando Cuba envió sus tropas a Angola, en 1975, para detener la embestida sudafricana contra Luanda, Kissinger inmediatamente acusó a Fidel de ser un peón de la URSS, pero veinte años más tarde, en sus memorias, se retractó: «las pruebas hoy disponibles indican que fúe lo contrario». Fidel Castro «era quizás el líder revolucionario en el poder más genuino de entonces».4 Toda mi investigación en los archivos cubanos, norteamericanos y europeos indica que Coltman, la CIA y Kissinger tienen razón. Lógicamente, el sentido de misión de Fidel Castro no es la iónica fuerza que inspira su política exterior, pero sí es su fundamento. Ve a Cuba como un híbrido especial: un país socialista con una sensibilidad tercermundista en un mundo que, como Fidel afirma correctamente, está dominado por el «conflicto entre los privilegiados y los desfavorecidos, la humanidad contra el imperialismo»,5 donde la principal línea divisoria nunca fue entre Estados socialistas y capitalistas, sino entre países desarrollados y subdesarrollados.

Tengo una discrepancia fundamental con Coltman: su afirmación de que Castro perdió la gran batalla de su vida, la batalla contra el imperialismo: al final de su vida, los Estados Unidos eran aún más poderosos que en 1958» (p. 319). Si bien los Estados Unidos son más poderosos que entonces, es, sin embargo, una tergiversación fundamental de la vida de Fidel Castro afirmar que ha perdido su batalla más grande.

Para comenzar, hay que romper una dicotomía simplista: para Fidel la batalla contra el imperialismo —la raison d’étre de su vida— es más que la batalla contra los Estados Unidos; es la batalla contra la miseria y la opresión en el Tercer mundo. En esta guerra, los batallones incluyen a los médicos cubanos y a otros cooperantes que han trabajado y trabajan en algunas de las regiones más pobres del mundo, sin costo alguno o con muy poco costo para el país anfitrión. Estos batallones incluyen también a los miles de jóvenes de pocos recursos de América Latina y África que están estudiando medicina, con todos los gastos pagados, en la Escuela Latinoamericana de Medicina, unas millas al oeste de La Habana. En esta guerra contra el imperialismo, Fidel Castro ha logrado impactantes victorias.

También han logrado grandes victorias sus soldados, especialmente en aquella que Fidel ha llamado «la causa más bonita»,6 la lucha contra el apartheid. En 1975, Cuba doblegó a Washington y a Pretoria en Angola e impidió que se instalara en Luanda un gobierno dependiente de Sudáfrica. Más allá de Angola, la marea desencadenada por la victoria cubana se extendió por África austral. Su impacto psicológico, la esperanza que despertaba, están muy bien reflejados en dos artículos —de bandos opuestos, pero diciendo lo mismo— que aparecieron en la prensa sudafricana en febrero de 1976, cuando las tropas cubanas estaban empujando al ejército de Pretoria hacia la frontera de Namibia. Un analista militar sudafricano escribió:

En Angola, soldados negros —cubanos y angolanos— derrotaron a las tropas blancas en combate. En el contexto racial de este campo de batalla, no importa que el grueso de la ofensiva haya sido de los cubanos o de los angolanos, porque la realidad es que vencieron, están venciendo y no son blancos; se está desvaneciendo esa ventaja psicológica, una ventaja que el hombre blanco ha disfrutado y explotado durante más de trescientos años de colonialismo e imperio, se está desvaneciendo. El elitismo blanco ha recibido un golpe irreversible en Angola, y los blancos que estuvieron allí lo saben.7

El «gigante blanco» había retrocedido por primera vez en la historia reciente —y los africanos festejaban. El World, principal diario negro de Sudáfrica, observó: (Africa negra está cabalgando en la cresta de una ola desatada por la victoria cubana en Angola, África negra está probando el vino embriagador de la posibilidad de realizar el sueño de la liberación total».8 No hubiese habido sueño embriagador, sino el dolor de una derrota más, si no hubiesen llegado las tropas cubanas.

El impacto fue más que moral, tuvo consecuencias concretas. Obligó a Kissinger a tomar una posición contra el gobierno racista blanco de Rhodesia y mantuvo a Cárter en el sendero correcto hasta que, al fin, Rhodesia dejó de existir y surgió Zimbabwe en 1980.9 También marcó el verdadero comienzo de la guerra de independencia de Namibia. Según escribió un general sudafricano: «por primera vez [los guerrilleros namibios] obtuvieron lo que constituye, más o menos, el prerrequisito de una campaña insurreccional exitosa; a saber, una frontera que brinde refugio seguro».10 Durante los doce años que siguieron —hasta los acuerdos de Nueva York, de diciembre de 1988— Pretoria se negó a salir de Namibia y las tropas cubanas ayudaron al ejército angolano a resistir las destructivas incursiones sudafricanas en Angola.

Se ha escrito muy poco sobre esos años. La fuente impresa más importante son las memorias del secretario adjunto para asuntos africanos de Reagan, Chester Crocker, quien explica que el resultado —la independencia de Namibia— se debió en gran parte a la paciencia, la habilidad y la sabiduría de los Estados Unidos.11 Pero una explicación diferente surge del análisis de documentos cubanos y norteamericanos recientemente desclasificados. En agosto de 1987, el embajador de los Estados Unidos informó desde Pretoria que el gobierno sudafricano estaba «implacablemente opuesto» a la independencia de Namibia.12 El mes siguiente las fuerzas armadas sudafricanas (SADF) lanzaron un ataque de mayor alcance contra el ejército angolano en el sureste de Angola. A principios de noviembre, las SADF habían acorralado a las mejores unidades angolanas en el pueblo de Cuito Cuanavale y estaban preparándose para aniquilarlas. Pero Fidel Castro respondió ordenando, el 15 de noviembre, el envío a Angola de las mejores unidades del ejército cubano y su armamento más sofisticado. «Nosotros nos metimos allí [en Cuito Cuanavale] en la boca del león», dijo Fidel, «aceptamos el desafío, pero desde el primer momento nuestra idea fue acumular fuerzas para atacar en otras direcciones, que es el ejemplo que yo pongo, el boxeador, con la mano izquierda lo mantiene y con la derecha lo golpea».13 El 23 de marzo de 1988, los sudafricanos lanzaron su último asalto contra Cuito. Una vez más, fracasaron. Fidel comentó: «Hay que preguntarles [a los sudafricanos] por qué no han tomado Cuito Cuanavale [...] Cómo es que el ejército de la raza superior no ha podido tomar Cuito Cuanavale, defendida por negros y mestizos de Angola y del Caribe».14

Mientras hablaba, cientos de millas al suroeste de Cuito el ejército cubano había empezado a avanzar hacia la frontera de Namibia. «En cualquier otro momento», informaron los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, «Pretoria hubiera considerado el avance cubano como una provocación, que necesitaba una respuesta rápida y contundente. Pero los cubanos han actuado con tanta rapidez y con tanta fuerza que una respuesta militar inmediata de Sudáfrica hubiera acarreado grandes riesgos».15 Los sudafricanos bramaban, advirtiendo que el avance cubano representaba una «grave» amenaza militar para Namibia y que podía precipitar «una batalla terrible».16 Pero retrocedieron.

Mientras que las tropas cubanas avanzaban hacia la frontera de Namibia, cubanos, angolanos, sudafricanos y norteamericanos se estaban enfrentando en la mesa de negociaciones, donde Crocker apuntó: «Descubrir lo que piensan los cubanos es una forma de arte. Están preparados tanto para la guerra como para la paz [...] Somos testigos de un gran refinamiento táctico y una verdadera creatividad en la mesa de negociaciones».17

Muchos factores forzaron a Pretoria a aceptar la independencia de Namibia, pero los acuerdos de Nueva York no hubieran existido sin la proeza de los cubanos en el campo de batalla. Tal como dijo la embajadora de Sudáfrica en Cuba, en enero de 2004: «En un pequeño pueblo llamado Cuito Cuanavale [...] tropas cubanas, angolanas y namibias vencieron al ejército sudafricano. La historia de África austral [...] cambió de manera dramática desde aquel momento. El último bastión del colonialismo en África había recibido un golpe demoledor, del cual nunca más lograron recuperarse [...] las puertas de la libertad se abrieron, empezando por Namibia, y después por Sudáfrica unos años más tarde. El componente decisivo de esta derrota fue el internacionalismo de Cuba y de su pueblo».18

La Unión Soviética perdió la Guerra fría, pero cualquier análisis justo de la política exterior cubana tiene que reconocer sus impactantes éxitos y, en particular, su influencia para cambiar el rumbo de la historia de África austral. Estos éxitos explican por qué, tal como lo escribe Coltman, Fidel Castro es «todavía un hueso metido en la garganta de los americanos. Ha desafiado y ridiculizado a la única superpotencia del mundo, y eso no se le perdona» (p. 289). El deseo de revancha, y no solo los votos de Miami, explican por qué el bloqueo —tan profundamente inmoral— tiene que seguir. Pero el furor de los Estados Unidos no puede callar las palabras de Nelson Mandela cuando estuvo en La Habana en 1991:

«Venimos aquí con el sentimiento de la gran deuda que hemos contraído con el pueblo de Cuba. ¿Qué otro país tiene una historia de mayor altruismo que la que Cuba puso de manifiesto en sus relaciones con África?».19


Notas
1.    Wayne Smith, The Closest of Enemies: A. Personal and Diplomatic History of the Castro Years, WW Norton, Nueva York, 1987.
2.    MemoConv (Tamoff, Castro etal), La Habana, 3 y 4 de diciembre de 1978, 10:00 p.m.-3:00 a.m., pp. 5-7, 9-10, 25; Vertical File: Cuba, Jimmy Carter Library, Atlanta. El 15 d emayo de 1964, los Estados Unidos habían prohibido las exportaciones de medicinas a Cuba.
3.    National Intelligence Estimate, «The Situation in Cuba», 14 de junio de 1960, p 9, National Security Archive, Washington DC.
4.    Henry Kissinger, Years of Renewal, Nueva York, 1999, pp 816, 785.
5.    «National Policy Paper - Cuba: United States Policy», manuscrito, 15 de julio de 1968, p. 15 (citando a Fidel Castro), Freedom of Information Act (en lo adelante FOIA).
6.    Fidel Castro, «Indicaciones concretas del Comandante en Jefe que guiarán la actuación de la delegación cubana a las conversaciones en Luanda y las negociaciones en Londres (23-4-88)», Centro de Información de la Defensa de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, La Habana (en lo adelante CIDFAR), p. 5.
7.    Roger Saigent, Rand Daily Mail, Johannesburgo, 17 de febrero de 1976, p. 10.
8.    World, Johannesburgo, 24 de febrero de 1976, p. 4.
9.    Lo que digo de Carter está basado en documentos recién desclasificados en la Biblioteca Jimmy Carter, en Atlanta. También me he beneficiado mucho de la lectura del magnifico manuscrito de la profesora Nancy Mitchell, «Pragmatic Moralist: Jimmy Carter and Rhodesia».
10.   Jannie Geldenhuys, A General's Stoty: From an Era of War and Peace, Jonathan Ball Publishers, Johannesburgo, 1995, pp. 58-9.
11.   Chester Crocker, High Noon in Southern Africa: Making Peopk in a Rough Neighborhood, WW Norton & Co., Nueva York, 1993.
12.   «Perkins [Embajador de los Estados Unidos en Pretoria] to SecState», 17 de abril de 1987, FOIA.
13.   «Transcripción sobre la reunión del Comandante en Jefe con la delegación de políticos de África del Sur (Comp. Slovo) efectuada en el MINFAR el 29.9.88», p. 16, CIDFAR
14.   «Conversaciones del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, con Anatoli L. Adamishin, viceministro de relaciones exteriores de la URSS. Efectuada el día 28 de marzo de 1988», p. 48, Archivos del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, La Habana.
15.   «Abramowitz (INR) to SecState», 13 de mayo de 1988, pp. 1-2, FOIA.
16.   General Geldenhuys, Jefe de las Fuerzas Armadas, Star, Johannesburgo, 27 de mayo de 1988, p. 1; General Malan, Ministro de Defensa, Star, 17 de mayo de 1988, p. 1.
17.   «Amembassy Brazzaville to SecState», 25 de agosto de 1988, p. 6, FOIA
18.   Thenjiwe Mtintso, «Speaker’s Notes to OSPAAL Celebrations», La Habana, 15 de enero de 2004.
19.   Nelson Mandela, citado en The Washington Post, Washington DC, 28 de julio de 1991, p. 32.