Che vivo, como no lo querían sus asesinos
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El principio irrenunciable de que la Patria no abandona a sus hijos, además del desvelo de Fidel, Raúl y la dirección de la Revolución, hizo posible aquella gigantesca proeza de la ciencia cubana, que fue el hallazgo y la identificación de los restos del Che y de sus compañeros de guerrilla, hace hoy 25 años.
La obra fue fruto de una ejemplar integración entre la investigación histórica, la sociología y otras ciencias sociales, además de la importante contribución de disciplinas técnicas como la geología, geodesia, geoquímica y cartografía, y también de la informática, botánica, edafología, geofísica y la medicina forense; incluyendo las más modernas técnicas moleculares y de la antropología física, sin las cuales hubiera sido imposible el éxito de la misión.
ANTECEDENTES DEL PROCESO
Aunque los primeros pasos de Cuba por encontrar y repatriar los restos del Che comenzaron desde que se supo la noticia de su muerte, 1995 resultó un año decisivo que marcó un punto de giro en el proceso que condujo, finalmente, a la identificación de los restos del Héroe de la Batalla de Santa Clara y los demás guerrilleros.
Sobre el tema, el doctor Jorge González Pérez, quien dirigió el grupo que laboró en Bolivia, y la doctora en Ciencias Históricas María del Carmen Ariet García, testigo excepcional de aquellas jornadas, narraron a este reportero, en ocasión de su visita a Santa Clara hace un lustro, que en 1995 se produjo una importante revelación del general (r) boliviano Mario Vargas Salinas, quien había estado al frente de la emboscada de Vado del Yeso, en la que aseguraba al reportero estadounidense Jon Lee Anderson que el Che estaba enterrado en Vallegrande.
Con ello se desmentían las tantas versiones que existían sobre el paradero de los restos del Che, algunas de las cuales aseguraban que el cadáver había sido incinerado y las cenizas lanzadas desde un avión sobre la selva; mientras otras decían que estaban en el cuartel de la cia en Langley, Virginia, o en una base militar de Estados Unidos en Panamá.
Ante la revelación de la noticia por un medio tan importante como el The New York Times, fue creada una comisión de trabajo presidida por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, entonces Segundo Secretario del Comité Central del Partido, y un grupo ejecutivo encabezado por el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, encargado de coordinar la tarea de búsqueda, exhumación e identificación.
También resultó importante que, en medio del gran revuelo internacional causado por la noticia, el entonces presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada, tres días después, firmara un decreto mediante el cual autorizaba a verificar la veracidad de la información, y que, de ser cierta, se les entregaran los restos a los familiares.
La búsqueda surgió al no poder precisar el general Vargas Salinas el lugar exacto del enterramiento, y dada la voluntad de Cuba de llevar a cabo la encomienda, para lo cual se contaba con los especialistas más capacitados.
Ante el poco tiempo que tenían para concretar la indagación, debido a la presión internacional, y el deseo del colectivo de realizar un hallazgo que esperaban Fidel y el pueblo cubano desde hacía mucho tiempo, más cuando se acercaba el aniversario 30 de la muerte del Che y sus compañeros de gesta, se formó el grupo de investigadores, encabezado por el doctor Jorge González, entonces al frente del Instituto de Medicina Legal, quien llegó a Bolivia en diciembre de 1995.
PORMENORES DE LA HAZAÑA
Inicialmente, las áreas para investigar eran muy amplias y abarcaban, además de la pista, otros terrenos colindantes: el basurero, un vivero, el cementerio, la sede del antiguo regimiento Pando, el hospital, el Rotary Club y la cañada de Arroyo.
Hasta el 31 de marzo de 1996 se habían abierto más de 200 fosas porque aún no había un estudio histórico determinante, lo que llevó al grupo inicial de cubanos que allí laboraban a cavar dondequiera que se decía que el Che podía estar.
Se llevó a cabo una fase de investigación histórica, centrada en cotejar y estudiar los numerosos testimonios existentes sobre la lucha guerrillera, teniendo en cuenta que, desde que había muerto el Che, en Cuba se habían reunido 13 interpretaciones sobre los destinos posibles del líder guerrillero; y, en poco más de un año, en Bolivia se habían recogido más de 80 versiones distintas.
El grupo realizó más de mil entrevistas, 300 de las cuales resultaron las más valiosas al aportar datos que llevaron, finalmente, al sitio exacto donde se encontraban los guerrilleros.
Entre diciembre de 1995 y marzo de 1996 se encuentran los cuatro primeros restos humanos: los de Jaime Arana Campero, Octavio de la Concepción y de la Pedraja, Edilberto Lucio Galván Hidalgo y Francisco Huanca Flores, quienes habían caído en el combate de Cajones, el 14 de octubre de 1967. Luego, en el mes de junio, fueron encontrados los restos de Carlos Coello (Tuma), en el poblado de Florida, provincia de Cordillera.
El hallazgo significó un estímulo para continuar la búsqueda de los 36 guerrilleros caídos en la epopeya boliviana, de los cuales, 23 estaban enterrados en Vallegrande, y 13 en otras zonas. La misión era trabajar para encontrarlos a todos, sin distinción.
Un momento importante de la búsqueda fue la llegada a Bolivia, en diciembre de 1996, de un equipo multidisciplinario cubano con el fin de profundizar en las investigaciones científicas, en el que estuvieron el arqueólogo Roberto Rodríguez, el antropólogo forense Héctor Soto y los geofísicos Noel Pérez, José Luis Cuevas y Carlos Sacasas, entre otros.
En ese contexto se produjo un hecho que puso en tensión a la parte cubana, y fue la llegada al poder, en junio de 1997, del dictador Hugo Banzer, responsable de muchas muertes y desapariciones en la nación andina, lo cual significaba un riesgo para la búsqueda, porque, dada la persona que era, en cualquier momento podía tomar una decisión que perjudicara el proceso.
De igual manera, había una intención de la cia de desinformar a los científicos cubanos, de lo cual fue una muestra la visita del agente de origen cubano, Félix Rodríguez, quien, ante la cercanía del hallazgo, se apareció en una avioneta en Vallegrande, para ubicar el enterramiento en un lugar opuesto a donde se buscaba.
Ante tanta premura, la respuesta fue acelerar los trabajos. La noche anterior al hallazgo de la fosa común donde se encontraba el Che, es decir, el 27 de junio, el Jefe de Seguridad del Estado vino a recordarles a los investigadores que tenían dos días para terminar, lo cual fue interpretado como una señal positiva y les dio más fuerzas para concluir la obra.
¿QUÉ PASÓ EL 28 DE JUNIO DE 1997?
Tal como se había decidido, ese día se empleó una máquina excavadora que permitiría bajar al menos metro y medio, de los dos que debían ser cavados, y a partir de ahí seguir trabajando a mano.
En esos trajines estaban, cuando sobre las nueve de la mañana, al labrar en la fosa, la pezuña de la máquina enganchó el cinto del Che, que había sido enterrado con su uniforme. Fue entonces que el doctor González Pérez, que estaba en el fondo de la fosa, dijo al operador de la retroexcavadora «¡para, para!», e inmediatamente Héctor Soto bajó hasta allí.
En total, fueron siete las osamentas encontradas en aquel lugar, lo que coincidía con la historia. Las del Che fueron de las primeras en ser halladas. Desde un inicio sospechaban que se trataba de él, porque sus restos eran los únicos que estaban cubiertos con una chaqueta verde olivo, además de comprobar que no tenía manos.
Al avanzar más en la excavación, periodo en el que también se contó con la colaboración de un grupo de antropólogos argentinos, Héctor Soto introdujo su mano por debajo de la chaqueta y comprobó la prominencia de los arcos superciliares, que coincidía con esa característica en la frente del líder de la guerrilla, y la ausencia de un molar superior izquierdo, que también correspondía con su ficha dental. Se observó, además, una bolsita con la picadura de la cachimba en el bolsillo y residuos del yeso de la mascarilla mortuoria realizada al Che, pegados a la chaqueta.
En la fosa común situada en Vallegrande, también se encontraron las osamentas de Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho), René Martínez Tamayo (Arturo), Orlando Pantoja Tamayo (Olo), Aniceto Reinaga (Aniceto), Simeón Cuba (Willy) y Juan Pablo Chang (El Chino).
El 12 de julio de 1997, en horas de la noche, llegaron a Cuba los osarios del Che y otros seis compañeros caídos junto a él en Bolivia, los que fueron recibidos en ceremonia encabezada por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Treinta años después de su muerte, el Héroe de la Quebrada del Yuro y sus compañeros de lucha no llegaban vencidos; venían convertidos en héroes, eternamente jóvenes, valientes, fuertes y audaces, como expresó, en medio del dolor, la hija del Che, Aleida Guevara March.
Fuentes consultadas:
- Entrevista, publicada en Granma, al doctor Jorge González Pérez, en ocasión del aniversario 20 del hallazgo de los restos del Che y sus compañeros.
- Testimonio de la doctora en Ciencias Históricas María del Carmen Ariet García, en el Coloquio por los 20 años del hallazgo.